Un acto de justicia. Ofrece este libro un racimo de textos de lectura imprescindible para quienes quieran iniciarse en el conocimiento de lo que pasó en México en la etapa más dura de la persecución religiosa, impuesta a un pueblo abrumadoramente católico, entre 1914 y 1940.
Por: Pbro. #TomásdeHijar. #CátedraLiteraria#LuisSandovalGodoy. En efecto, protagonistas, testigos y víctimas del trienio que va de 1927 a 1929 toman la palabra, muchos años después, para darnos su versión de cómo sacudió la Guerra Cristera las fibras más íntimas de quienes sufrieron la suspensión del culto público, que no decretó el gobierno anticlerical, como muchos siguen pensando, sino el episcopado mexicano en señal de protesta suprema al radicalismo de un ordenamiento promulgado por el Presidente de México Plutarco Elías Calles, el 21 de junio de 1926, mejor conocido como Ley Calles, que convirtió las expresiones públicas de fe en delitos del fuero común y federal.
Que don Luis Sandoval Godoy naciera en 1927, cuando empezó esa guerra, no es fortuito al interés de muchos artículos que ha publicado en su fecunda carrera periodística y literaria.
A nueve décadas de lo que aquí se cuenta, cederle la voz a sus protagonistas, en especial a la gente del pueblo, que en este caso fue mucho más que carne de cañón, es un acto de justicia mínima para quienes desde diversos frentes asumieron el costo social de tan duro lance, capítulo aleccionador y universal en torno a los límites del ejercicio de la autoridad y del poder público.
Pbro. Lic. Tomás de Hijar Ornelas.
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Parecía inevitable que un autor como Luis Sandoval Godoy, para quien la Guerra Cristera ha sido un asunto recurrente –inevitable incluso, desde su propia oriundez regional, esa peculiar zona integrada por el norte de Jalisco y el sur de Zacatecas–, en un momento u otro de su devenir literario e historiográfico habría de recopilar algunos de los abundantes escritos en los que ha abordado, de manera central o tangencial, el apasionante tema de la Cristiada.
Lo hemos dicho ya en otra ocasión: pareciera que Sandoval Godoy no ha necesitado ponerse como propósito abordar en sus cuentos o crónicas el conflicto cristero; por el contrario, éste le ha salido al paso incontables veces entre esas mismas páginas. Si bien constituye una de sus vertientes temáticas predilectas, es igualmente cierto que en las descripciones de tantos lugares por él recorridos incesantemente, o en una u otra de tantas conversaciones sostenidas con las gentes de estas comarcas, por distante que fuera el tema tratado, surgía como una especie de fogonazo alguna remembranza cristera, diríase que agazapada, impensada pero ineludible, para enriquecer o matizar esas charlas pueblerinas que han constituido durante seis décadas de infatigable labor de cronista, la materia prima vital de la obra sandovaliana.
Cuando el padre Tomás de Híjar y yo nos reunimos con el autor para dar forma a la iniciativa de antologar algunos de sus textos sobre el conflicto religioso y armado de los años veinte, se abría un espectro de posibilidades. Tres antologías previas de don Luis respondían a otras preferencias: Siga la flecha (2006) constituida por relatos de ficción; una muy original selección de escritos sobre los sacerdotes mártires, Glorificados en Cristo (2016), tema muy querido por el autor y de algún modo vinculada con la actual; y una recopilación general de su obra en Nos alcanzó el eco de lejanas voces (2016).
Por: Ulises Íñiguez Mendoza. Mientras que en las tres fue él mismo su propio antologador, ahora la idea surgía por iniciativa de quien esto escribe, y me correspondió el privilegio de seleccionar los reportajes periodísticos publicados en El Informador y en el Tapatío Cultural que compondrían esta nueva edición. Una idea de Tomás de Híjar resultó finalmente aceptada: seleccionar sólo los artículos de asunto cristero que no hubieran sido compilados antes en ningún otro libro, inéditos para propósitos bibliográficos.
Esta tarea tuvo como origen y respaldo imprescindible la acuciosa búsqueda hemerográfica realizada por el ingeniero Bernardo Carlos Casas en los archivos digitales de El Informador, de la cual se derivó una generosa y muy bien estructurada base de datos que abarca varias décadas de trabajos periodísticos de don Luis, y que permitió llevar a cabo la selección que el lector tiene ahora en sus manos.
A manera de introducción, la antología se abre con una conversación a cuatro voces sostenida en Guadalajara en octubre de 1974 entre Luis Sandoval Godoy, Jean Meyer –su tercer volumen de La Cristiada recién había llegado a las librerías mexicanas–, y dos sacerdotes cuyos archivos resultaron una cantera imprescindible para dicha obra: Nicolás Valdés y Salvador Casas. Es una plática informal que revela, no obstante, diversos entretelones en la elaboración de esta obra ya clásica y algunos de los avatares por los que atravesó el historiador franco-mexicano en la búsqueda de fuentes de primera mano, algunas de ellas inaccesibles hasta la fecha.
Es quizá también el primero de los textos con que nuestro autor inició su propio recorrido cristero por las páginas de El Informador, inaugurando así una nueva línea temática en su vasta labor de cronista regional.
Dos casi anónimos combatientes cristeros nacidos en Jalisco, nacido uno en San Julián el Alto –Gerardo Torres– y el otro en Teocaltiche –Eugenio Hernández–, constituyen dos de los varios ejes narrativos de esta antología. Profusamente entrevistados ambos por el autor durante los años setenta, sus testimonios le dan una columna vertebral y una cronología a esta sucesión de artículos, que abarca desde los inicios del conflicto –“Un testigo de la cristera”– hasta los vergonzosos días finales de “El armisticio”.
Aparecen a través de estos relatos otros personajes: la madre de Gerardo, que muy a su pesar alienta a su hijo a tomar las armas; los hombres de San Julián, que nunca olvidaron la humillación sufrida por sus mayores al terminar la lucha, a manos de los obispos firmantes del armisticio; el sacerdote del pueblo de Cuquío, quien al reunirse sus paisanos en la plaza en los primeros días de la guerra, los instiga “a que largaran el miedo” y tomaran las armas en defensa de la religión, luego de la suspensión de cultos y el sacrilegio cometido por el ejército federal, que “había fusilado a los santos ahí en el atrio, formados todos para balacearlos. Así hicieron los ingratos”.
Cuántas veces el autor, devenido en historiador, ha resaltado la tosca y vigorosa expresión de estos hombres casi analfabetas, que pese a su sintaxis ruda y descoyuntada muestran una envidiable capacidad descriptiva: ¿quién puede dudarlo cuando leemos la absorbente y eficaz narración bélica de “La batalla de Cuquío” o de “La última batalla”?
Otra sección la integran los testimonios sobre un hombre y una mujer de fama legendaria: el más célebre líder popular de Los Altos durante la primera guerra cristera –“Mio Cid a la rústica”, lo llama nuestro autor–, y una insólita jefa guerrillera de “la Segunda” (más insólita si consideramos que la participación armada femenina fue muy escasa): El Catorce y Jovita Valdovinos. A Victoriano Ramírez (a) El Catorce (apodo que debió a una anécdota casi inverosímil de sus tiempos de rebelde pre-cristero, así como a su mítica puntería), se dedican tres artículos. Como si la fama ganada en vida por Victoriano, y la forma violenta y cuestionable en que murió a manos de sus propios compañeros de armas no fueran suficientes para cubrir su memoria de un halo fabuloso, estos relatos describen las peripecias igualmente extraordinarias acontecidas a su cadáver a lo largo de muchos años, hasta su descanso final –queremos suponerlo– en el Santuario de Guadalupe de San Miguel el Alto.
Fracciones de la presentación de “A´i viene la bola”, de Luis Sandoval Godoy… por Ulises Íñiguez Mendoza
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